LA DICOTOMÍA ENTRE EL LARGO Y CORTO PLAZO
Hace no más de 20 años planificábamos el futuro para saber cómo tomar decisiones y actuar en el presente, con la esperanza de que aquellas decisiones tomadas, nos acercaran cada vez más a los objetivos en el largo plazo.
Y aunque es obvio que el contexto económico y empresarial ya no es el mismo, la mayoría de las empresas siguen actuando de la misma manera. Es más, cuando los resultados se ven afectados la presión por corregirlos en el corto plazo aumenta proporcionalmente al deterioro de las aspiraciones del mismo, y hace que perdamos el verdadero foco.
La propia naturaleza estratégica de los negocios ha cambiado. Lo que antaño constituía una fuente duradera de la ventaja competitiva como el posicionamiento de una empresa en un mercado, una oferta única de producto, una marca potente, o una serie de sólidas relaciones con clientes, ahora todo esto tiene efectos efímeros en muchos sectores.
Esto conlleva que en muchas empresas, la visión estratégica a largo plazo quede en un segundo plano.
Los cambios actuales están desplazando la naturaleza de la ventaja competitiva hacia las capacidades consolidadas y el modo en que se combinan, para dar forma a un modelo de negocio que se adapte a las necesidades externas.
La estrategia, ya no es un plan detallado, sino una dirección general con un puñado de iniciativas clave (como una hoja de ruta) desarrollada alrededor de capacidades consolidadas que se pueden mejorar, adaptar y reutilizar de manera constante.
¿Qué podemos hacer para que los directivos de las organizaciones sean capaces de pensar de manera estratégica y con visión en el largo plazo?
- Tener una clara visión de lo que queremos conseguir en el largo plazo.
- Aprender a corregir continuamente sobre la marcha sin perder el foco.
- Obsesionarse con el cliente y centrarse en las Personas durante el trayecto, no en la competencia.
- E innovar para el cliente. De hecho, nuestra innovación debería estar en gran parte enfocada al cliente.
La estrategia no busca anticiparse a los cambios, lo que por otra parte resulta cada vez más complicado, sino ser más rápido y adaptativo que los competidores a la hora de probar, aprender, cambiar y adaptarse.
No es tarea fácil. Entre otras cosas, porque el pensamiento estratégico requiere tanto el desarrollo de una mentalidad estratégica como el conocimiento de técnicas y herramientas.
Dos aspectos sobre los cuales deberían estar trabajando las empresas para desarrollar estas competencias en sus directivos.
Aprender a convivir con esta dualidad – equilibrio e inestabilidad -, en periodos cortos de tiempo, será una de las habilidades estratégicas más importantes de futuro para que las empresas rápidas consigan diferenciarse de las más lentas.
AUTOR
Josep Pey
Desarrollo de negocio
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